“Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar”

Cúpula del Gran Telescopio Canarias (GTC) e ilustración de Gustavo Doré para una edición antigua de la obra Don Quijote de la Mancha. (Episodios de su vida dedicados a los niños). Fotos: Carmen del Puerto (IAC).
Fecha de publicación
Autor/es
Natalia Ruiz Zelmanovitch
Categoría

Aquella tarde, sin saberlo, Don Quijote decidió cambiar el rumbo de la historia.

Se lanzaría hacia los gigantes a sabiendas de que acabaría molido a palos… o no. Se colocó la destartalada armadura, subió a su maltrecho Rocinante y, mirando a Sancho, sonrió con la confianza de aquel que sabe que tiene razón. Lo había hecho en numerosas ocasiones y no podía defraudar a su nuevo lector.

Pero, por una vez, alguien, en algún recóndito rincón del mundo, leyendo por no se sabe cuál vez aquella breve pero intensa aventura del caballero de la triste figura enfrentándose a los molinos de viento, por una vez, digo, el lector, sorprendido, leería una historia distinta.

La propia pluma de Cervantes, aliada con la tinta en un arranque de independencia, había elegido otros caminos cuando se imprimió aquella versión, redactada en un mundo paralelo de fantasía: hoy el loco vencería a los gigantes.

Y Sancho, perplejo, vio cómo Don Quijote se alejaba y divisó, no sin sorpresa, anchos brazos sobre enhiestas cabezas, gruesas piernas intentando aplastar al enjuto hidalgo en un lento y pesado caminar… Pero, inexplicablemente, no pudieron con él.

Venció.

Exhaustos, sentados a los pies de los ahora molinos, fueron quedándose dormidos mientras les envolvía un atardecer que iba preñando de estrellas el firmamento. “Hemos vencido a los gigantes”, murmuraba satisfecho el caballero andante a su escudero fiel, mientras este, creyéndose inmerso en una ensoñación, afirmaba con la cabeza incrédulo, al tiempo que descubría una Vía Láctea impresionante…

Nadie sabe por qué la pluma y la tinta decidieron regalarles una nueva aventura, pero, de repente, ya no estaban recostados sobre el muro del molino: sin saber cómo, aparecieron a los pies de una enorme cúpula plateada, desde donde podía verse un magnífico mar de nubes.

- Señor, no sé cómo ha sido esta maravilla, pero muy mal hemos de andar para aparecer y desaparecer de libros sin ver nosotros la manera en que esto ocurra…

- No has de temer, Sancho, que magias similares he visto hacer al hombre… pero no parece ésta mala cosa –decía levantándose y mirando hacia arriba-. ¡Pues sí que es éste extraño molino!… Veamos dónde tiene la puerta…

Y dando la vuelta al lugar, dejando al viejo Rocinante y al pollino olisqueando algunas hierbas, encontraron una puerta a través de la cual entraron al interior del edificio del telescopio, pues no era este gigante otro que el GTC.

- ¡Mira Sancho, las maravillas que sabe hacer el hombre! ¿Ves esta enorme mole de metal? ¿Ves, posadas sobre sus piernas, las superficies que, cual espejos, reflejan el cielo? Con estos ojos gigantes, Sancho, estudian los sabios las aventuras que, más allá de las tierras conocidas, ocurren en otros libros.

- Sí que es extraña la cosa, señor, pues lo que ven mis ojos parece un gigante y se mueve despacio, como lo hacían esta tarde al entrar en batalla, pero no veo por ninguna parte cómo puede ayudar a los sabios…

- Este es, Sancho, un invento del futuro… Mientras nuestro autor, Miguel de Cervantes, está escribiendo ésta y la segunda parte de nuestra historia, se suceden en el mundo de la Ciencia maravillosos descubrimientos, entre ellos, el telescopio.

- ¿El teles qué?

- Sancho, un invento que acerca los astros… Pareciera que ves las estrellas más cerca de lo que en realidad están.

- Y eso, ¿por qué lo hacen, señor Don Quijote?

- Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar.

De repente, se acercó una astrónoma de soporte que les dio la bienvenida…

- Les estábamos esperando. ¿Están preparados para iniciar la visita?

Sorprendidos, Don Quijote y Sancho Panza se miraron y, sin dudarlo un instante, afirmaron con la cabeza.

- Di que sí a todo, Sancho, que vamos a iniciar un viaje por las páginas de este extraño libro, acompañados por inquietos ojos, a quienes desvelaremos quién es este cíclope y cuáles son sus secretos…

(Tras visitar el telescopio)…

Don Quijote y Sancho llegaron, finalmente, a la sala de control, donde los astrónomos recibían la información enviada por los instrumentos.

- Un telescopio es como una máquina del tiempo: con él se pueden ver cosas que pasaron hace mucho tiempo. Esto es una nebulosa: la estamos estudiando para conocer su evolución… Están compuestas de gases y polvo, y en ellas se forman estrellas y sistemas planetarios semejantes al nuestro…

A Sancho, que ya tenía hambre porque no había cenado, se le antojó que la nebulosa parecía una inmensa bandeja de brillantes viandas… A Don Quijote le maravilló tanto el contemplarla que pidió, si aún no se le había puesto nombre, que la llamasen Dulcinea.

- “Nebulosa Dulcinea”… La sin par del Toboso puede estar contenta. De esta aventura he logrado, no sólo vencer por fin a los gigantes, sino que he podido también contemplar una belleza igual a la de mi amada reflejada en el cielo. ¡Volvamos, Sancho, a nuestra historia! Que no se diga que no nos enfrentamos a mil aventuras con valentía. Hoy hemos cambiado un poco el discurrir de Cervantes, pues hemos burlado unos cuantos golpes y hallado un nuevo gigante cuyos vientos nos han sido favorables. Otros libros nos han acogido hoy, Sancho. Pero hemos de regresar.

Salieron al exterior. La noche cerrada no impidió que encontraran sus cabalgaduras. Pero, antes de marcharse, decidieron sentarse de nuevo a los pies de aquel gigante para contemplar la hermosa noche de la isla de La Palma.

Sancho preguntó, no sin antes pensar en las palabras de la astrónoma sobre la “máquina del tiempo”:

- ¿Por qué habremos hecho este viaje, señor?

A lo que Don Quijote respondió:

- Porque quiénes sino nosotros, dueños tan sólo de la ilusión por alcanzar lo imposible, podíamos acompañar a los lectores en este descabellado empeño donde lo imaginado se hace realidad…

Sancho cerró los ojos, de nuevo adormecido, viendo en sus retinas la magnífica nebulosa que acababa de contemplar y recordando la frase que le dijera Don Quijote:

“Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar”.

(Texto publicado en el libro sobre el Gran Telescopio Canarias (GTC), editado en 2007 con motivo de su Primera Luz: http://www.iac.es/adjuntos/librogtc.pdf)