La utilidad de lo inútil. De regreso a Europa

A la izquierda, logo de la CSBF (Columbia Scientific Ballon Facility) de la NASA, base para el lanzamiento a gran altitud de globos con fines científicos. A la derecha, inflando uno de esos globos. Créditos: NASA.
Fecha de publicación
Autor/es
María Carmen del
Puerto Varela

Tras su periplo americano, el astrofísico John Beckman, vinculado Ad Honorem al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y al Departamento de Astrofísica de la Universidad de La Laguna (ULL), volvió a Europa con mucho aprendido y dispuesto a hablarnos, unas cuantas décadas después, de la utilidad de la Astronomía más allá del mero conocimiento.

Continuación de la entrada “La utilidad de lo inútil. La sonda Mariner y el infrarrojo“, tercer capítulo de la serie “LA UTILIDAD DE LO INÚTIL: Cuando un expresivo ‘oxímoron’ se añade a la Astronomía”.

En 1967, después de su experiencia en tierras americanas, Beckman volvió a Europa para trabajar con nuevos instrumentos en el infrarrojo submilimétrico y liderar un grupo en el Departamento de Física del Queen Mary College, de la Universidad de Londres.

“El experimento más significativo, en términos astronómicos, de aquella época –destaca este investigador- fue la primera observación del espectro del fondo cósmico de microondas en la región submilimétrica, comprobando por primera vez que era una Función de Planck y no meramente de Rayleigh-Jeans. Se hizo con un espectrógrafo enfriado con helio líquido a -271K, desde un globo estratosférico a 40 km altitud sobre Texas, EE.UU.”

La radiación de fondo de microondas había sido descubierta en 1965 por Arno Penzias y Robert Wilson, de los Laboratorios Bell, aunque había sido predicha por el astrónomo ucraniano George Gamow en 1948. Esta radiación es la energía remanente que aún nos llega, ya muy fría, procedente de la gran explosión que dio origen al Universo. Su descubrimiento constituía una prueba de la teoría del Big Bang y muchos astrofísicos estudian esta radiación desde entonces.

“Un producto de utilidad –subraya Beckman- fue la medición de las intensidades de las líneas emitidas por las capas de la atmósfera encima del globo. Pudimos poner un límite superior a la cantidad de ClO en el espectro, que servía como línea de base para observaciones posteriores. ClO es una molécula que participa en la destrucción catalítica del ozono mediante la reacción Cl +O3 à ClO + O2, donde el radical libre de Cl proviene de la fotodisociación del CFCl3, un gas de los aerosoles, que se disocia en CFCl2 + Cl.” Hoy, afortunadamente, los niveles atmosféricos de los gases clorofluorocarbonos (CFC) causantes de la destrucción de la capa de ozono que nos protege de la radiación ultravioleta han comenzado a descender “gracias a una política positiva internacional”.

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