LA REALIDAD DE LA FICCIÓN XI: “Destrucciones planetarias”

Cartel de la película "Superman Returns: El regreso" (Bryan Singer, 2006)
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Héctor Castañeda
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Héctor Castañeda

No hay arte como el cinematográfico, capaz de crear nuevos mundos alternativos, sólo limitado por la imaginación de sus creadores. Pero, tal como dijo Pablo Picasso, «el arte es la mentira que nos hace comprender la verdad». La intención de esta sección es llamar la atención sobre aquellos momentos en que una buena recreación de la realidad nos provee, de manera inadvertida, de un mayor conocimiento científico.

Nada parece más seguro que la tierra donde pisamos. Sin embargo, Hollywood, en su incesante búsqueda de desastres, no nos permite gozar de esa tranquilidad y periódicamente nos recuerda que nuestro mundo puede ser reducido a trozos de roca flotando en el espacio. La raza de los vogones, en La Guía del autoestopista galáctico (2005), destruye la Tierra para dejar paso a una ampliación de caminos en la Galaxia. Los llamados Drejs de Titán A.E. (2000) dejan a los humanos sin un hogar de manera expeditiva. Y, en una galaxia muy, muy, lejana, es claro que no es una buena idea tener un Imperio Galáctico como enemigo, como bien descubren los habitantes de Alderaan, primeros sujetos en la demostración práctica del poder de la Estrella de la Muerte en La guerra de las galaxias (1977).

El último recordatorio al sufrido público de lo cruel que puede ser el Universo son las imágenes antes del título en Superman. El Retorno (2006). En el comienzo de la película se ve a Krypton, el planeta natal del héroe, orbitando alrededor de lo que parece ser una estrella gigante roja. Se produce una pausa, tras la cual la estrella parece colapsar para luego explotar como una supernova, reduciendo el planeta natal de Superman a escombros en el espacio.

La imagen es impactante, pero no acertada desde el punto de vista astronómico. Ocurre que la masa de una estrella define la duración de su vida en el Universo y su destino final. El destino del Sol, una estrella de masa mediana, es transformarse en una gigante roja, engullendo a los planetas interiores del Sistema Solar, hasta que luego de un proceso de pérdida de sus capas exteriores por el viento solar, quede reducida a su núcleo, un tipo de objeto llamado enana blanca, pero sin explotar.

Una estrella masiva es probable que acabe sus días como una supernova. En el interior de la estrella, la fusión nuclear produce elementos más pesados que el hidrógeno, hasta llegar al hierro. La estrella en ese momento colapsa, creando elementos aún más pesados y dispersándolos por el espacio, para formar no sólo nuevas estrellas, sino también planetas y, si hay fortuna, los ingredientes químicos que darán origen a la vida. Los astrónomos llaman nova a la explosión en la superficie de una estrella que no la destruye, mientras que supernova, con un brillo un millón de veces más intenso, es el momento en el que la estrella muere. Es interesante hacer notar que la estrella se expande antes de explotar, pero para formar una supergigante roja. Ese debería ser el tipo de estrella que orbitaba Krypton.

Ahora bien, si el sol de Krypton explota, significa que se está comportando como una estrella masiva, del orden de más de veinte masas solares. Pero esas estrellas tienen un tiempo de vida breve, del orden de millones de años. Para que la vida exista en un planeta, se espera que éste orbite alrededor de una estrella con condiciones físicas estables durante miles de millones de años que permitan el inicio de la vida y la evolución de las especies y que den una oportunidad a la aparición de vida inteligente. Todo esto es muy poco probable si ese planeta orbita alrededor de una estrella cuya vida sólo será unos pocos millones de años.

En la escala temporal de la estrella, nada de eso puede haber pasado. Puede ser que el ritmo de la evolución sea más rápido en Krypton, o bien que la raza que lo habita se haya originado en otro planeta. Pero esas son explicaciones que seguramente los guionistas no tuvieron en cuenta.

Quedan otras cuestiones astronómicas que nos plantea ese comienzo de Superman. Por ejemplo, en la versión original, Jor-El predecía la explosión de la estrella. Gesta poco probable, puesto que la astronomía puede indicar si una estrella es candidata para ser supernova, pero en absoluto predecir el momento de su explosión (todas las supernovas descubiertas lo son después de su detonación). Otro aspecto interesante es que, aparte de los problemas éticos asociados, la destrucción de un planeta se puede entender como un método drástico de redistribución de su masa. La destrucción del planeta puede afectar, por supuesto, las órbitas de otros planetas del sistema planetario, así como también crear el equivalente a basura espacial que puede hacer muy peligroso orbitar cerca del planeta.

Pero la pregunta más importante es si podría esa explosión destruir un mundo como Krypton. Asumiendo que es un planeta de la masa de la Tierra, podemos demostrar que la energía necesaria para poder destruirlo completamente, equivalente a enviar su masa a un punto donde no se pueda volver a formar ese planeta, es del orden de la que emite el Sol durante una semana. Una supernova libera en un instante un billón de veces esa energía, con lo que resulta asegurado su triste final. Lo que ocurriría con el planeta es motivo de discusión. Algunos astrónomos sostienen que la energía liberada produciría una ablación, un calentamiento del planeta hasta que se transformara en vapor, en vez de los trozos de roca que se transforman en kryptonita. Un escenario algo inconveniente para la historia posterior de Superman (¿pues cuál sería entonces el talón de Aquiles del superhéroe?), pero más acorde con la realidad.

(Publicado originalmente en IAC NOTICIAS, N. 1-2006. págs. 87-88)

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Esta serie de artículos rinde homenaje a nuestro compañero Héctor Castañeda, fallecido recientemente. "LA REALIDAD DE LA FICCIÓN" fue una sección fija en la revista IAC Noticias, de 2001 a 2006, en la que el investigador analizaba películas y explicaba sus errores y aciertos.